Si algo demuestran las multitudinarias manifestaciones que han ocurrido desde el mes de abril de 2015 es que los guatemaltecos estamos hartos de la corrupción.
Estamos cansados, aburridos, hastiados de ver que nos roban, que nos ven cara de idiotas y que no pasa nada.
Estamos hartos de un sistema político fallido que lo único que garantiza es la posibilidad de hacer fortuna a través de la manipulación deshonesta de los negocios públicos.
Las clases medias y urbanas, los profesionales citadinos, somos los que más pagamos impuestos y ya estamos hasta el queso de financiar un sistema que no nos provee las garantías mínimas, ni siquiera seguridad, mucho menos servicios como educación y salud.
Por eso la población exigió –y obtuvo-- la renuncia de la ex vicepresidenta Roxana Baldetti, quien no sólo se encontraba en el epicentro de la maquinaria oficial para saquear el tesoro, sino que llegó a simbolizar ese sistema.
La comunidad internacional apoyó y presionó para que esa salida se diera, iniciando una suerte de depuración que inicia en el Ejecutivo, pero no es ajena a los otros dos organismos del Estado.
La idea tras esa estrategia, me parece, es que una vez fuera la Vicepresidenta, el general Otto Pérez Molina se pondría a marchar al tono de las gravísimas circunstancias y sobre todo, a tono de las demandas que eleva la sociedad.
Al final, eso es lo que en realidad queremos, ¿no?, que cambie el sistema más que las personas que deben ser transitorias en él.
El razonamiento es lógico pero lo que funciona en teoría se complica en la práctica, sobre todo en estas latitudes donde las mafias también son expertas en mutar para sobrevivir.
No hace ni un mes que la ex Vicepresidenta salió de su despacho y las piezas parecen haberse reacomodado ya en Casa Presidencial para que el sistema se mantenga inmutable.
El Presidente que sólo aceptó prorrogar el mandato de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, con un escándalo en puerta que por poco derroca al gobierno, no va a seguir haciendo concesiones a menos que se vea absolutamente obligado, con un cuchillo sobre la aorta.
Sin embargo, en esta última semana el mandatario no se ve más agobiado sino más cómodo: en modo de resistencia pasiva. Debe estar aprovechando su posición para tratar de protegerse y asegurarse la mejor salida posible, no una estancia en prisión. ¿O acaso alguien puede concebir algo diferente?
Con Pérez Molina en el gobierno, está claro que no hay garantía de cambio, sino todo lo contrario.
Y si alguien pensaba que Alejandro Maldonado podía ser un factor de reforma, se equivocó. ¿Qué esperaban al fin? El señor ya está grande y su afán es mantener “la estabilidad” (entiéndase ese statu quo contra el cual manifiestan miles de ciudadanos).
Maldonado mantuvo a todo el equipo de trabajo de Baldetti, salvo claro a Juan Carlos Monzón. Para sustituirlo, aceptó una recomendación que provenía del mismo equipo de gobierno y así las cosas, la ex Vice está a una llamada, tanto en su despacho como en el del Presidente, de la toma de decisiones.
En su primera entrevista por radio, Maldonado dijo que ojalá el presidente Otto Pérez no saliera mucho de viaje, pues imagino que él quiere atravesar estos ocho meses tranquilo y entregar el poder a otro, que será electo bajo las mismas reglas y llegará con los mismos lastres, a repetir los mismos vicios.
¿Cuál es la esperanza entonces? La única palanca de cambio es la presión que puedan seguir ejerciendo la calle para que cambien las reglas del juego y los procesos en tribunales, para que quede claro que lo mismo de antes ya no se vale.
Para que ambas fuerzas hagan sinergia, la Justicia debe seguir trabajando. Ahí, me parece, está la clave.
