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La Plaza habló con la voz del pueblo

  • Por Soy502
27 de agosto de 2015, 18:45

La Plaza de la Constitución era un mar erizado de banderas.

Este 27 de agosto de 2015 quedará marcado en la historia como el día en que la sociedad guatemalteca caminó al Centro Histórico de la ciudad, en medio del ruido ensordecedor de las bubuzuelas, para llenar la plaza mayor, el Parque Centenario y las calles aledañas con un fin común: exigir la renuncia de Otto Pérez Molina y clamar por la reforma del sistema político corrupto que ha imperado por siglos en nuestro país.

Llegaron representantes de las comunidades mayas, con sus trajes ceremoniales y sus varas de autoridad edilicia; estudiantes de todas las facultades y de las filiales universitarias regionales; maestros de colegio con sus alumnos en clase viva de educación cívica; médicos que no alcanzaron a quitarse las batas; religiosos de varias denominaciones; señoras que dejaron sus ventas en el mercado o sus casas con jardín del sur de la ciudad; niños y abuelos; artistas que se mezclaron con  abogados y futbolistas; campesinos y empresarios.

Unos se congregaron desde anoche, como los jóvenes que empezaron la fiesta cívica en la Universidad de San Carlos que en estos meses ha recuperado su papel histórico. Otros llegaron temprano a los puntos de reunión y algunos alcanzaron a salir corriendo, a medio día, dando el último portazo a la oficina.

Las redes sociales se llenaron de imágenes de esta huelga multitudinaria, la protesta más nutrida de la que tengamos noticia en la historia. Corrían los ríos de gente desde todas las arterias de asfalto. Eran ríos entusiastas, colmados de esperanza. Los carros se detenían para bocinar con solidaridad, aunque tuvieran que esperar el paso de los inconformes. Los jóvenes saltaban en las calles "el que no brinca es chafa", coreaban las consignas "a ver a ver, quién lleva la batuta, el pueblo organizado o el gobierno hijo de puta", y quemaban bombas de iglesia y cohetillos entre abrazos y risas.

Muchos lloramos al constatar cómo se iba armando ese mosaico diverso que reunía, en un punto geográfico y un clamor que parecía salir de una sola garganta, a los fragmentos tan diversos que somos. Por una vez, pudimos constatar que somos capaces de converger, que existe una Plaza tan ancha para recibirnos a todos, que en medio de las diferencias que nos separan, que no son pocas ni pequeñas, hay un espacio donde podemos estar de acuerdo y actuar en conjunto.

La unidad que demostró esa manifestación que reclama decencia, dignidad y justicia, es rotundo para el presidente Pérez Molina, cuya permanencia en el cargo se ha vuelto ya insostenible. Pero hay muchas otros matices que vale la pena comentar.

Ante todo, que los líderes de siempre, las fuerzas "del establishment", no son quienes han destacado en la crisis y no han podido catalizar ese impulso de insurrección que se respira en la calle ni el reclamo por una administración política que responda a las necesidades de la población.

No. Los "líderes" han brillado por su ausencia. Y ese vacío, irónicamente, ha evidenciado el poder del pueblo.

Hasta hace dos días, yo por ejemplo, creía que no era posible convocar a un Paro Nacional sin el apoyo, no digamos el beneplácito, de Cacif. Este 27 de agosto demostró que los poderes de antes son los del pasado. Este Paro Nacional fue convocado y organizado desde los márgenes, por pequeños comercios y empresas que pese a depender de las ventas diarias, dijeron "basta" y anunciaron que cerraban sus puertas con la etiqueta de #YoEstoyPorGuate.

Hasta anoche circulaban en redes sociales las imágenes que intentaban darle ánimos a la patronal, mostrándoles cajas de huevos o fotos de pastillas de Viagra. Fueron los mercados, las librerías, los cafés, las ventas de galletas y pasteles las que mostraron que el futuro vale más que las ventas de un día.

Fue curioso ver cómo las grandes empresas, las que tienen los medios y las redes para abanderar estos movimientos, no fueron las que encabezaron, sino las que se sumaron a toda prisa en la mañana del 27, porque la situación, los ánimos caldeados, el ruido de la calle que retumbaba, las había sobrepasado. 

Más que exigir con un rugido feroz la renuncia del peor presidente que hayamos tenido en la historia democrática, a quien le cabe la distinción de ser formalmente señalado como cabecilla de una banda de ladrones, este 27 de agosto nos demostró la fuerza de ese pueblo de Guatemala que incluye a las comunidades pujantes del interior del país y a esa clase media urbana que trabaja, que paga impuestos y que aspira a un futuro más próspero y justo para sus hijos.

La posibilidad de convergencia, pese a las distancias étnicas o de clase, demostraron que es más probable esa alianza de intereses comunes, entre el interior y las clases medias urbanas, que una con las elites tradicionales del país, que ojalá entiendan ahora la profundidad del mensaje del momento histórico que hemos vivido.

El ímpetu de este movimiento ciudadano debe alimentar cambios que van más allá de la coyuntura actual. No sé cuándo renunciará el Presidente, ni cómo habrán de realizarse elecciones en este clima político, pero tengo la certeza de que este 27 de agosto nos demostró, de manera tangible y fehaciente, que tenemos el cambio, que la esperanza, que ese día que todos esperamos, está al alcance de los dedos.

 

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