Que difíciles y lejanos pueden resultarnos los puntos de vista y opiniones de personas unos 20 o 30 años mayores o menores que nosotros. A la vertiginosa velocidad que cambia nuestro mundo, es como si cada generación viniera de planetas diferentes.

En mi caso tuve la bendición de ser formado por dos seres excepcionales, dos personas que nacieron en la década de los años 30, que vivieron la segunda guerra mundial y supieron de las terribles penas que se experimentaron en la gran depresión de los años 20. En Guatemala pudieron observar la creación de imperios prácticamente desde el polvo a las alturas. Conocieron a la familia Paiz y visitaron el primer local que tuvieron, el cual más parecía una gran tienda de barrio con artículos de primera necesidad, ahora convertida en parte de una multinacional de las más poderosas del planeta. Fueron contemporáneos y buenos amigos de aquel compadre que les vendía telas para trajes de puerta en puerta, sí un tal Saúl Méndez.

Observaron todo el proceso de transformación de la tacita de plata que gobernaba un caudillo, al caos y deterioro del Centro Histórico. Vivieron en un país donde había un lago paradisíaco muy cerca de la ciudad, rodeado de chalets a los que viajaban cada fin de semana. Eran socios de un club en las orillas de aquel mágico lugar de aguas cristalinas, donde en la noche aullaban los coyotes: el Club Guatemala. En pocas palabras, un mundo y un estilo de vida perdidos, que nunca veremos otra vez. Hasta los coyotes están extintos ya en esa zona.

La relevancia de entender los acontecimientos que vivieron, la dureza de la hecatombe económica que escucharon, la terrible experiencia de esa guerra mundial, les formó una mentalidad y una percepción de cómo se debían hacer las cosas. El observar cómo el trabajo fuerte, dedicado y constante daba recompensas grandes, ver cómo un diminuto Japón se transformó en una gran potencia y se reinventó, ¡saliendo de la destrucción de dos bombas atómicas! Aprendieron modelos de éxito, temple y constancia para lograr lo que uno busca en la vida: empezar pequeño pero apuntar grande trabajando fuerte y sin quejarse.
Posterior a esta cepa de luchadores y emprendedores vino el fenómeno hippie, esa generación que desaceleró el crecimiento, con una mentalidad de vida totalmente distinta, en la que la disciplina y la estructura no eran la onda. Se vieron privilegiados con los logros de sus antecesores y con muy poco esfuerzo tuvieron un estilo de vida decente. Sus expectativas bajas los hicieron felices o al menos satisfechos con una realidad mejor que la que ellos esperaban. En mi caso también doy fe de las actitudes que viví con esa otra generación: ley del mínimo esfuerzo, mejor déjalo para mañana, relajado no hay prisa, ¿embarazo no planificado? ¡Yo zafo!
Luego llegaron los inconformes, la generación más o menos donde me toca estar, ya con el inicio de la avalancha tecnológica que cambió todo el juego, con ejemplos por todos lados de CEO´s multimillonarios con menos de 30 años, muchos saliendo de Silicon Valley. Nos creemos muy especiales, queremos comernos al mundo saliendo de la U, ¡si ya tengo maestría debo ser la cabeza de esta empresa! Impacientes, no queremos ganarnos el derecho de piso. Nada es suficiente si logramos ascender y ganar más es sólo para gastar más. Uno de los pros es que muchos ya lograron en los ti-nueves lo que sus padres no lograron en sus 50s o 60s.

Ahora vemos a nuestros hermanitos, primitos, todos nativos de los gadgets tecnológicos, algunos vulnerables y depresivos por la exposición en tiempo real de la vida en las plataformas virtuales. El sólo observar los post de logros y cosas nuevas que nuestros semejantes suben a la web nos hace sentir inseguros y los índices de depresión están por las nubes así como los ingresos de las farmacéuticas que venden los ya universalmente aceptados medicamentos para "curar" ese estado. Todos los chavitos quieren ser DJ´s, quieren una aplicación para resolverles sus problemas y lograr todos sus objetivos en un click. Compartimos con la anterior generación, algunos rasgos derivados de la equivocación de algunos de nuestros padres que no fueron padres sino mejores amigos. Reconocer la autoridad no es parte del chip. ¿Por qué voy a hacer algo que no quiero si a mi cuate siempre lo convencía de hacer lo que yo quería?
No hay reglas universales que apliquen a todos. En cada grupo hay individuos atípicos y personajes sobresalientes y otros que no logran nada, pero sí hay números y resultados que respaldan los modelos más exitosos que aplican en todas las etapas de la historia y se parecen mucho a los de la primera generación a la que hago referencia en este texto.
A las nuevas generaciones, les digo: si puede haber una aplicación que les resuelva la vida y les proporcione todos los placeres a los que aspiran, pero aún no existe. Dedíquense de lleno a inventar una aplicación que resuelva una necesidad, métanle horas de planificación, programación, desarrollo y sáquenla al mercado. Si son pasivos y creen que sólo necesitan un click, le estarán financiando el sueño a alguien más.





