El 21 de septiembre de 2014, la entonces vicepresidenta Roxana Baldetti se ponía la blusa de secretaria general del Partido Patriota y con un derroche de recursos proclamaron en el parque central a Alejandro Sinibaldi, quien recién había renunciado como Ministro de Comunicaciones.
Esto hubiera sido una bofetada más al pueblo de Guatemala, que finalmente se cansó. Pero ese día, un solo hombre inició la protesta, que luego se extendió como bola de nieve. Sí, fue el inicio del cambio. El futuro empezó hace un año, exactamente.
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Hoy por hoy, muchos recuerdan a Fausto Rosales, el seminarista que cedió su día de descanso para ir a protestar, él solo, en medio de una marea de playeras anaranjadas, que no tuvieron mucho que decirle, sobre todo porque la mayoría iba acarreada.
Posteriormente, sobre todo a partir del 25 de abril de este año, miles de “Faustos Rosales” continuaron esta protesta, hasta que finalmente provocaran la renuncia de Roxana Baldetti, Otto Pérez Molina y, probablemente, la derrota en las urnas de Manuel Baldizón.
Rosales sigue siendo seminarista, pero ahora le toca vivir la situación del país lejos, ya que reside en México.
Confiesa que le da un poco de tristeza por no estar en el país y poder presenciar y participar de las manifestaciones. “Pero estoy estudiando y sé que eso me ayuda a pensar mejor y a ser una persona mas crítica y con mejores herramientas", explicó.
La importancia de su valentía fue desafiar al partido oficial y a Roxana Baldetti, que bailaba jubilosa “El Caballito de Palo” sin sospechar que a partir de ese día empezarían los sucesos que terminarían con ella en prisión preventiva.
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El seminarista que inició la protesta
Fue el primero, o al menos el primero que se hizo notar, en protestar en contra de la corrupción, de las campañas anticipadas y de un sistema vicioso, que proponía mantenerse de forma similar, con un proceso electoral que permitía (y aún permite) pisotear la democracia.
¿Cómo recuerda ahora Fausto Rosales ese día que desencadenó todo?
El seminarista califica de “esperanzador” que ahora se pueda hablar de política y de corrupción. “Hace dos años era hablar de algo que estaba fuera del alcance de la plática común del guatemalteco. La indignación estaba, pero nadie se pronunciaba. Vemos hoy día la presencia de medios independientes, en redes sociales e incluso en la plática familiar, mencionar y traer a colación esta piedra que nos molesta en el zapato”, refirió.
Sin embargo, Rosales señala que la protesta ya se tergiversó y que en el paro nacional, por ejemplo, algunas empresas se sumaron a última hora, más preocupadas por su imagen que por acuerpar las demandas.
También pide la responsabilidad de los empresarios, que pudieran estar metidos en actos anómalos.
Sin confiar en las Elecciones
Pese al despertar ciudadano, considera que las recientes Elecciones Generales no ofrecían respuestas. “Para empezar no creo en las votaciones, la democracia no existe en Guatemala, nos han hecho creer que decidimos quien nos gobierna, pero es un vil engaño”, explicó.
Un año después de su valiente protesta, Rosales considera que los ciudadanos necesitamos organización, “porque si todos vamos con destinos opuestos no llegaremos a nada”, concluyó.
¿El principio del fin?
Ese 21 de septiembre será recordado como el principio del fin para el exbinomio presidencial. Roxana Baldetti se extralimitó con el partido que entonces dirigía.
A raíz de ello, el 26 de septiembre, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) suspendió al Partido Patriota y canceló el nombramiento de Roxana Baldetti como secretaria general.
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El 5 de octubre, otra muestra de valentía surgió con la entonces magistrada de la Corte de Apelaciones, Claudia Escobar, al señalar componendas para reelegirla en el cargo. Renunció a su magistratura y denunció a Gudy Rivera y a Vernon González Portillo por presionarla y que concediera la apelación de Roxana Baldetti y que ella volviera a ser la secretaria general del Patriota.
A partir de entonces, el caldo de cultivo estaba empezando a hervir, listo para recibir el impulso final que necesitaba: la corrupción estatal como parte del Caso La Línea. Y también la protesta contra Manuel Baldizón, por su campaña en la que decía que le tocaba.
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