¿Qué?, ¿qué? ¡Las tortugas fosforescentes no existen! Y si existieran es muy probable que fueran ferozmente venenosas. Ehm… En mi casa sí existieron las tortugas fosforescentes y les contaré qué pasó.
Antes de entrar a las tortugas, les quiero presentar a mi papá. Es todo un personaje de caricatura cómica. Tiene ciertos aires de Mister Magoo, sólo que en la versión del científico experimental con ideas desquiciadas pero divertidas. Un ejemplo de esas ideas fue cuando elaboró la forma más creativa de enojarse en el tránsito. Una pluma, la tarjeta de un buen plomero, una tarjeta roja y una amarilla se apilaban cotidianamente en la bolsa de su camisa. Cuando algún intrépido automovilista, de esos que tratan de competir en las calles como bólidos, o que zigzaguean por las avenidas, se le atravesaba a mi papá, le mostraba una de las dos tarjetas. El color dependía de la infracción. Era una forma de autonombrarse el árbitro de las carreteras. A veces le funcionaba, al menos sacaba la sonrisa del agresor.
En fin. Como mi madre no me dejaba tener un perrito, mi padre decidió que cuidáramos tortugas de tierra. ¿Recuerdan esas tortugas? Ya no he visto de esas, más que en el Zoológico. Son aquellas tortugas de patas gordas, caparazón arqueado y de gran tamaño. Tuvimos varias. Nuestro jardín era muy reducido, pero las tortugas eran geniales para camuflarse y enterrarse en los rincones recónditos del patio.
Mi hermano y yo éramos encargados de alimentarlas a diario, pero en realidad era muy difícil hallarlas. Se pasaban de listas y seguramente comían gusanitos que les brindaba la tierra.
Mi papá ideó el método perfecto para encontrarlas en el jardín. Compró pinturas fosforescentes en aerosol y con un pequeño pañuelo, rodeaba su cabeza, luego rociaba el color brillante en su caparazón. Lo del pañuelo era para evitar intoxicarlas. Se escucha un poco cruel, pero no era nuestra intención.
A partir de ese día, tuvimos tres tortugas fosforescentes. La alimentación se nos facilitó, pues sólo debíamos encontrar la curva fluorescente entre la grama.
Allí no terminó todo. Nos mudamos a una casa más grande. El jardín era también más espacioso. Tuvimos varias tortugas, pero cavaban y cavaban y se escapaban hacia el barranco.
Mi padre llegó un día con unos hierros y unos imanes. Para aclarar, él era fanático de los imanes. Recuerdo que siempre nos traía imanes de la fábrica para jugar de carritos en la refrigeradora de mi mamá.
Como la grama y el jardín eran más profundos, mi tortugota se hundía mucho. Para que esto no sucediera, mi padre añadió una pieza más a su caparazón. ¡Le pegó dos hierros en paralelo! No entendía para qué, todo me parecía tan extraño y tan cruel. Alguna que otra mordida se ganó mi padre por sus inventos tan innovadores.
Al finalizar su trabajo de decoración de tortugas, alcanzó un palo de hierro grueso y lo acercó al caparazón del animal. Atraída por el magnetismo, la tortuga se pegó al palo en un ¡Zaz!. Nunca imaginé que los días posteriores yo misma tomaría el fierro y pasearía por todo el jardín haciendo rigurosos scanners hasta sentir el ¡Pinch! De la tortuga pegada al instrumento.
Qué cruel se escucha todo esto, pero mi papá jamás lo hizo con mala fe; al contrario, era para que las tortugas no se quedaran sin su ración de comida diaria. La verdad, lo fosforescente y el hierro, fueron factores que nos ahorraban tiempo a la hora de la comida.
Honestamente, y después de mis experiencias con tortugas, considero que los padres de familia no deben comprar este tipo de animales. Las tortugas no son mascotas y deben permanecer en su hábitat.
Alimentación para tortugas de Tierra
Las tortugas de tierra podrían ser más mascotas que las de agua. Si alguno tiene de éstas o conoce a alguien que las tenga, cuéntenles estos pequeños secretos.
Estos anfibios son omnívoros, por lo que se pueden alimentar de frutas y vegetales. Debemos ofrecerles una dieta variada para evitar enfermedades en su piel y caparazón.
Además de la lechuga, existen otros vegetales que ofrecen más vitaminas, como la zanahoria rallada, tomate troceado, maíz en granos, calabacín picado, espinaca, brócoli o coliflor. Para alimentar a estas tortugas, los vegetales deben estar siempre frescos y crudos.
En cuanto a las frutas, pueden darles manzanas rojas, plátano, melocotón, sandía y piña dulce.
De vez en cuando, podemos consentirlas con alternativas de proteína como gusanos, larvas o caracoles.
