¡Hey! Hola. Estoy considerando seriamente la posibilidad de escribir un diario sobre mis mascotas, porque todos los días tienen algo qué contar...Sí. Así como se oye. Mis perros hablan.
Por si no lo recuerdan, comentaba en uno de mis primeros blogs, que no soy una persona que creció rodeada de animales. ¡Me hubiera gustado! Aunque, por algo suceden las cosas. Quizá me hubiera acostumbrado a ellos, o tal vez me hubiera mordido un perro y estaría traumada.
¡Y ahora, les presento a Goliat! ¿Un San Bernardo? ¿Un Gran Danés? ¿Un Tiranosaurio Rex, acaso? ...
Cuando tenía un año, vivía con mis padres en las cercanías del extinto río Villalobos. Tal vez no está tan extinto, pero a punto de... Mi papá trabajaba en una fábrica de hilos y por ende, vivíamos a la vecindad. Cuando pienso en el río, recuerdo la fuerza vibrante de su caudal. El sonido del agua me arrullaba por las noches. No sé si es porque yo era muy pequeña, pero me atrevería a decir que en ese río se pudo haber formado un excelente club de canopy. Es una lástima que el descuido de los seres humanos, e incluso, de la misma fábrica, hayan acortado el paso de esas aguas. Ahora, cuando viajo a la costa y volteo a ver el río, veo un hilillo de agua decorado con lodo y abundante basura cromada.
No sé cómo, pero resulté teniendo un perro blanco con el cabello muy, pero muy rizado. ¿Alguien ya adivinó la raza? Cuando se habla de canes colochos, en lo primero que se piensa es en un French Poodle. ¡Sí! En efecto, era un French Pooddle. ¡Un momento! Mi papá me está corrigiendo; el perrito no era mío. Era del relojero, Fariñas; un hombre anciano pero robusto. Su cabello era del color de la espuma del río. Su tupido bigote combinaba con la blancura de su abundante pelo. Fariñas no sólo era un relojero, era un gran artista. Elaboraba relojes de madera. Aún conservamos un reloj que mi papá le compró hace más de 30 años. ¡Está intacto! Ya no hacen relojes así.

Fariñas siempre fue muy amable conmigo.Tuvo la confianza de prestarme a Goliat, el French Pooddle. ¡Goliat! Nunca supe por qué bautizó a tan diminuta creatura con un nombre de gigante. No lo supe, pero lo comprendí. Fue un gran perro, mi primer perro (aunque no era mío). Hacía la función de almohada, chupasobras y hasta de guía.
Goliat me acompañaba todos los días de vuelta a casa. Luego, se regresaba con su dueño, Fariñas. Su carácter era tan noble. A veces me recostaba sobre él observando la fuerza del río.
Nunca olvidaré que ese extraño río cambiaba de colores. A veces el agua se tornaba azul; luego, cambiaba a rojo, amarillo y en ciertas ocasiones, los colores se mezclaban. A mí me parecía una magia inexplicable. Goliat siempre ladraba cuando el río cambiaba su color. Lástima que esa fantasía del río arcoiris eran los daños colaterales de los descuidos de la fábrica. Allí teñían el algodón convertido en finos hilos para elaborar textiles. El color del agua se debía a los desperdicios de los tintes. Los colores sustituyeron la transparencia del agua. Qué tremendo.
Pero estábamos hablando del pequeño y gran Goliat. Siempre lo voy a recordar con cariño. Fue mi primer perro. Cuando nos mudamos, nunca supe qué fue de él. Seguro fue feliz en compañía de sus ancianos dueños y de un río de colores.





