Soy una de las escépticas que no entiende todavía cómo una combinación de “pino, ajo, algas marinas, agua oxigenada y etanol” podrá empezar a limpiar un cuerpo de agua tan importante como el Lago de Amatitlán, destinado a ser nuestra fuente de salvación cuando la sequía, producto del cambio climático, siga haciendo de las suyas.
Dicen que la empresa M Tarcic Engineering Ltd ha tenido éxito en otros países. Me encantaría determinar cómo, cuándo y dónde, para empezar a despejar mis dudas. Sin embargo, una investigación online me lleva a un mapa de Google, con la dirección del lugar, el número de registro de la empresa y nada más. Dirección web de la empresa, como tal, no existe. Por tanto, resulta imposible determinar si contribuyeron o no en la limpieza de cuerpos acuáticos en Chipre, como han argumentado sus personeros aquí.
Como la atención mediática está ahí, es importante aprovecharla. El mensaje está claro: es importante rescatar, cuanto antes mejor, al Lago de Amatitlán. Y no solo a éste, sino a todos los afluentes de Guatemala que registran algún tipo de contaminación. No es un cliché afirmar que “el agua es vida”. Es la verdad, llana y pura. Pero acometer semejante tarea no es fácil. Ni tampoco barato. Los casos de éxito en distintos rincones del planeta se han enfocado en atacar las causas y no las consecuencias, cómo han sugerido los expertos consultados en todos los medios de comunicación de los últimos días.
Así, la Federación Nacional de Vida Salvaje estadounidense concentra mucho de sus esfuerzos en los Grandes Lagos, ubicados entre Estados Unidos y Canadá. Han invertido millardos en limpiar sedimentos tóxicos, restablecer la vida salvaje nativa, impedir la llegada de fauna y flora foráneas y en evitar que lo que salga de los drenajes lo contamine más.
Lo sucedido en los ríos Elba y Rin, en Alemania, es un ejemplo para el mundo. En 1988, el primero estaba contaminado con mil toneladas de nitrógeno, 10 mil de fósforo, 23 toneladas de mercurio y 3 de pentaclorofenol, químico altamente nocivo. Era, como nuestro Villalobos, un gran desagüe. La solución, en primera instancia, fue cerrar las plantas que lo contaminaban. La limpieza vino después. Poco a poco, la economía local también experimentó un florecimiento, gracias a la pesca artesanal y al turismo.
El Lago de Amatitlán puede, y debe, experimentar una renovación similar. Si se pudo en el Rin o en los Grandes Lagos, también tiene que lograrse en Guatemala. Pero como ocurre con todo lo que se acometa con seriedad, no puede ser producto de esfuerzos aislados. Esta es una tarea que rebasa el ámbito de un gobierno, de un grupo de alcaldes o de una corporación de industriales. Esto es un esfuerzo de todos los que viven alrededor de la cuenca, en la que deberían estar involucrados del primero al último. No hay fórmula maravillosa ni pócima mágica. Sólo se requiere de voluntad política. La de verdad.






