Cada agosto, la Ciudad de Guatemala revive una costumbre que ha trascendido generaciones. La Feria de Jocotenango, con más de 465 años de historia y dedicada a la Virgen de la Asunción, se celebra este año del 9 al 17 de agosto.
Esta festividad es mucho más que un homenaje religioso: es una celebración de la identidad cultural e histórica del pueblo guatemalteco, llenando de colores, sabores y música la Avenida Simeón Cañas y el Hipódromo del Norte.

De La Antigua al corazón de la capital
La celebración de la feria data del siglo XVI en el municipio de Jocotenango, cercano a La Antigua Guatemala. Con el traslado al Valle de la Ermita, los habitantes llevaron consigo la celebración, que se estableció en el actual barrio de Jocotenango, zona 2.
En el siglo XIX, sus límites se extendieron hacia la avenida Simeón Cañas y el Hipódromo del Norte, y hacia finales de 1800 la feria se consolidó como un evento religioso, social y comercial que reunía a familias, comerciantes y visitantes de todo el país. Procesiones, venta de artesanías, juegos tradicionales y marimba fueron, desde entonces, parte de su esencia.

Una festividad nacional
En 1928, el gobierno del presidente Lázaro Chacón la declaró festividad nacional y estableció oficialmente el 13, 14 y 15 de agosto como fechas centrales, consolidando su lugar en el calendario cultural de Guatemala.
Con el paso del tiempo, la feria ha evolucionado. Las ventas de ganado, comunes en sus inicios, han desaparecido, pero se mantienen los puestos de comida tradicional, dulces típicos y una amplia oferta de juegos mecánicos.
En los últimos años, comerciantes y autoridades municipales han trabajado en conjunto para ordenar las ventas, garantizar la limpieza y reforzar la seguridad. También se habilitan parqueos en el Centro Cívico y universidades cercanas, con transporte hacia el recinto ferial.

Una experiencia para los sentidos
Visitar la Feria de Jocotenango es sumergirse en un ambiente donde la tradición se mezcla con la alegría. Los aromas de churros, garnachas, elotes locos, molletes y dulces típicos acompañan el recorrido entre artesanos de distintas regiones del país, que exhiben su talento y fortalecen la economía local.
Más allá de las atracciones, la feria sigue siendo un espacio donde conviven generaciones, se comparten historias y se celebra, año con año, el espíritu festivo de la ciudad.