Para los amantes del automovilismo, la Fórmula 1 es apasionante. Es al fin y al cabo la mayor categoría de la disciplina. Aún con el encanto que genera, se le señala con frecuencia cómo el aspecto deportivo se ve opacado por las abismales diferencias entre los vehículos más que las capacidades de los pilotos.
De hecho, parte de la competencia tiene que ver con la capacidad de innovación, y por eso se ha visto en los últimos tiempos una competencia cíclica entre marcas, para desarrollar motores y diseños que puedan mantener una hegemonía temporal. Lo ha hecho Ferrari en varias ocasiones, lo tuvo Williams, McLaren, Renault, Red Bull y parece ser el tiempo de Mercedes.
Estas condiciones hacen que los competidores se puedan clasificar en tres categorías: (a) los que pelean el título, en base a la hegemonía del diseño y la apuesta por la estrategia; (b) el grupo de seguidores que no tiene un vehículo para pelear el título pero apuestan por ganar podios y todos los puntos posibles (la mitad de la tabla); y, (c) los del final de la tabla, que no tienen un auto competitivo, no tienen capacidad de ganar carreras y casi nulas oportunidades de siquiera sumar puntos.
Aunque lo que despierta mayor expectativa es la lucha por la punta, es decir el primer grupo, lo que me llamó la atención recientemente es que la lucha más feroz se encuentra en el segundo grupo. En el presente campeonato la lucha es tan fuerte, que en todas las carreras que se han corrido en 2015 ha existido un encontronazo en los vehículos de ese segundo grupo. Es decir, la batalla campal también suele estar en el medio de la tabla.
Sin restar mérito a los pilotos que dominan el circuito, hay que decir que todos los pilotos deslumbran en capacidades. Y para un amante de la verdadera competencia sería un sueño verlos competir a todos con el mismo auto por una sola vez, aunque no contara para la competencia.
Las oportunidades de desarrollo en Guatemala se parecen demasiado a este esquema de la Formula 1. Existe un grupo afortunado (en donde creo incluidas a toda persona que tiene acceso a la Universidad), como el primer batallón, que tiene todos los accesos, que gana carreras antes de competirlas y que aunque generemos méritos propios, debemos reconocer que ganamos también porque vivimos de una estructura de desigualdades injustas. Salimos primero y casi siempre llegamos primero.
Está el batallón del medio, que vive sus logros, que termina carreras y pelea espacios, que tiene accesos y servicios básicos. A veces la lucha más fuerte está en ese batallón. Son familias que pelean día a día por un espacio, que no renuncian al camino avanzado y que en las condiciones de conflictividad, inseguridad y crisis institucional están en alto riesgo de caer.
Por último está el grupo sin accesos, conformado por miles de familias que viven cada día para alcanzar el día siguiente. Equivalen al tercer grupo, cuya verdadera batalla es por terminar cada carrera. Son familias en donde los accesos, los servicios y los mínimos vitales nunca están. Son a los que nadie mira, los que nadie sigue y a los que nadie espera.
Seguramente habrá personas a quienes la comparación les parezca incompleta o incorrecta, y tal vez quieran hacer más diferenciaciones. Que encuentren indispensable señalar que hay en el mundo y en Guatemala los que son “dueños y patrones” y que representan el abismal porcentaje del PIB con sus fortunas y cosas por el estilo. Puede ser. Pero es también verdad, que en este país no hay titiriteros. Que pretender achacar todos los problemas y todas las desigualdades a un grupo no sólo es incorrecto sino falaz. Además excluir a la clase urbana, universitaria, con trabajo estable, etc del primer grupo sólo es disminuir su cuota de responsabilidad en un esquema donde si no tiene los principales roles, continuamente logra subirse en el podio (porque parece entenderse como un podio).
El esquema de competencia y competitividad de Fórmula 1, puede ser como sus dueños quieran que sea. Si es o no desigual, pues importa a los responsables y si el espectador lo disfruta lo verá, sino, no. Guatemala puede o no creer que esta comparación sea acertada; lo que debemos reconocer es que no nos sirve un país cuya sociedad sigue fracasando en alcanzar un pacto que garantice la movilidad social. Que permita acceder a mejores oportunidades en base al mérito propio. Que consagre la libertad de forjar cada quien su propio destino. Ignorar que el siglo XXI tiene nuevas formas de esclavizar, de encadenar y de impedir el desarrollo es negar muchas verdades.

La verdad está allí en donde niños y niñas siguen naciendo en la pobreza y condenados a vivir y morir en pobreza. La verdad está allí, lejos de las disputas ideológicas que señalan culpables y bloquean procesos. La verdad está en la carne y hueso de familias que siguen mostrándose como datos y olvidadas como humanos. Está en niños y niñas que con oportunidades podrían llegar a la cima, no para sacar a los que están allí sino para hacer subir a todo un país con su ascenso. Porque al final el desarrollo, el progreso y el bienestar no son podios excluyentes: son aspiraciones y derechos mínimos que nadie debe otorgar sino que cómo país, como Estado debemos garantizar. En dos palabras: “bien común”, aunque en Guatemala no tenga un mismo significado para todos, aun siendo el propósito central de la organización del Estado.
Por Goyo Saavedra, Gerente General de TECHO Guatemala






