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Se llamaba Moisés

  • Por Soy502
30 de marzo de 2015, 09:09
Los equipos de rescate de Nueva York tardaron dos días para localizar los restos. (Foto: Facebook)

Los equipos de rescate de Nueva York tardaron dos días para localizar los restos. (Foto: Facebook)

Dos fatídicos incendios estremecieron la Gran Manzana esta semana.

Quienes navegamos por internet pudimos ver la espeluznante explosión de gas que abrasó un edificio hasta que la estructura colapsó bajo las llamas.

Este fin de semana, el gran diario de esa ciudad, el New York Times, aseguró que uno de los dos desaparecidos que dejó el fuego en el barrio conocido como East Village es guatemalteco.

Anoche, las autoridades informaron haber encontrado dos cuerpos bajo las ruinas del incendio. Todo parece indicar que uno de ellos corresponde a nuestro compatriota.

Su nombre era Moisés Ismael Locón Yac. Según los reportes de prensa, tenía 27 años y era originario de Sololá.

Trabajaba en un restaurante de comida japonesa de uno de los edificios consumidos por el fuego y desde el día del incendio, no se sabe nada de él y se teme lo peor.

Ver las fotos de ese muchacho que partió al norte a buscar una mejor vida le rompe a uno el corazón.

Moisés Ismael Locón se encontraba en el restaurante japonés donde trabajaba en el momento de la explosión. (Foto: Facebook)
Moisés Ismael Locón se encontraba en el restaurante japonés donde trabajaba en el momento de la explosión. (Foto: Facebook)

Ahí está, en medio de la nieve, en tierras lejanas. Su expresión es triste. Resulta obvio que intentaba adaptarse a su nuevo hogar, que paseaba por la ciudad, haciendo lo posible por lidiar con las dificultades con la mejor actitud.

De estudiante, yo viví en Nueva York y conocía a muchos guatemaltecos como Moisés porque en la Universidad me asignaron como reportera en Jamaica, un barrio de Queens donde vivían muchos compatriotas.

Recuerdo en particular a un grupo de muchachos de Totonicapán que vivían todos juntos en un apartamento diminuto, donde hacían turnos para dormir en los pocos colchones que tenían.

Unos trabajaban en restaurantes, otros en construcción. Todos querían contarme la historia de su travesía en el desierto de Texas, un relato que era a la vez realidad y metáfora, y que en muchos casos adquiría dimensiones casi míticas. Los días bajo el sol, el hambre, el acecho de los criminales, los escorpiones y las culebras.

Eran muchos los peligros que habían tenido que sortear para llegar al Norte, para recalar en ese rincón de Queens de donde salían de madrugada cada día para dejarse la piel en cocinas estrechas, lavando platos o sacando papas de una máquina de freír.

Uno de ellos me llevó a la esquina donde se juntaban todos en la madrugada, para que los contratistas de la construcción los metieran a sus picops para emplearlos en una jornada de trabajo. Ahí se reunían muy temprano, con las gorras de lana hasta la orejas, y las manos metidas en el pantalón.

Pensé en ellos cuando vi las fotos del muchacho que ahora está desaparecido.

Como esos jóvenes, Moisés intentaba mantener un lazo con el país. Atesoraba sus fotos comiendo Pollo Campero, tenía imágenes de la Virgen en su mesa de noche y una copia vieja de la biografía del Che.

Me dijo hace tiempo el ex canciller Fernando Carrera, que una de las facetas más tristes del trabajo de Relaciones Exteriores es la repatriación de todos los migrantes que mueren allá, lejos de los suyos.

El desarraigo es una condena. Debe uno estar muy desesperado, para dejar todo lo que se ama –la tierra, la familia, la pareja—y aventurarse con rumbo incierto, más allá de los ríos conocidos, de las vías del tren, de los kilómetros de desierto.

Ojalá como país hiciéramos un verdadero esfuerzo por evitar ese éxodo, para que los guatemaltecos pudieran encontrar aquí, en el país donde nacieron, las condiciones para buscar una vida feliz y próspera.

El guatemalteco que desapareció en los incendios de Nueva York, por cuya vida se teme, se llamaba Moisés. Ojalá que tan siquiera por honrar su nombre, esta sociedad se comprometiera a traer de vuelta a todos los paisanos que se han ido empujados por la violencia y la pobreza, en vez de recibirlos en un ataúd.

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