En mayo de 2016, Nabila Rifo sufrió un ataque de parte de Mauricio Ortega quien era su pareja y padre de dos de sus cuatro hijos.
Inconsciente, con hipotermia, con varias fracturas en el cráneo, sin algunas piezas dentales y sin sus dos ojos, fue encontrada la mujer en una ciudad a unos 1 mil 400 kilómetros al sur de Santiago de Chile.
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La mujer de ahora 29 años fue agredida en la calle, víctima de una brutal agresión que la ha transformado en un símbolo chileno, un país donde el aborto está prohibido, recién se tramita en el Congreso una ley para castigar el acoso callejero y en lo que va del año se han producido 22 feminicidios.
Después de 23 jornadas del juicio que ha sido seguido con expectación por los chilenos, el tribunal de la ciudad de Coyhaique declaró culpable de feminicidio frustrado y lesiones gravísimas a Ortega, por lo que fue condenado a 26 años y 170 días de prisión.
Completamente ciega y con prótesis oculares, la mujer declaró en el juicio que era habitual que Ortega la agrediera física y psicológicamente, indicando que en una ocasión la arrastró del pelo por las gradas.
La historia
La madrugada del 14 de mayo, la pareja cenaba con amigos en su casa, en una reunicón donde todos tomaron alcohol. Nabila y Ortega discutieron por dinero, ella además, insultó a uno de los invitados y según Rifo, "él empezó a golpear la lavadora y la puerta" y aunque en la vivienda estaban los cuatro hijos de la víctima, él la insultó y le dio un puñetazo, por lo que Nabila salió hacia la casa de su madre aprovechando el estado de ebriedad del hombre.
Ante los jueces, el pasado 23 de marzo Nabila indicó: "Lo esperé un poco porque me dijo: "No peleemos". Le dije: "Mauro, te juro que mañana yo me voy, ya no vivo más contigo", pero cuando se dio vuelta para seguir su camino, Ortega la golpeó en la cabeza con una roca. Fueron en total tres golpes fuertes. "Me hice la muerta para que no me siguiera pegando" dijo la mujer.
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En el juicio, la mujer relató la forma en que supo que había quedado ciega: "Cuando desperté no me dijeron mucho. Los ojos los tenía vendados. Un día le dije a la enfermera que por qué no prendía la luz. Me dijo que había tenido un accidente. Y yo le dije: '¿Y voy a volver a ver?'. Y me dijo: 'No, pero te vamos a poner prótesis'. '¿Y con prótesis volveré a ver?', le pregunté. Y me dijo que no… Para mí era un infierno lo que estaba pasando".







