Imagino que más de alguien le dedicará a Alfonso Portillo la famosa canción de Vicente Fernández "Volver, volver", porque anoche quedó claro que la política guatemalteca está lista para caer "en sus brazos otra vez".
No voy a hacer aquí juicios éticos sobre Portillo porque pienso que ni siquiera cabe una discusión al respecto. El expresidente viene de purgar condena en una cárcel de Estados Unidos. Se declaró culpable del delito de conspiración para lavar dinero y en el juicio también confesó que había recibido un soborno del gobierno de Taiwan. Eso está mal y en la mayoría de países con democracias sólidas y maduras, eso bastaría para condenarlo a una vida de reclusión y silencio.
En Guatemala, en cambio, la ética y la realidad política están divorciadas. Ejemplos nos sobran para demostrar que a la mayoría de votantes no le importa la fibra moral de los gobernantes. Por eso voy a concentrarme en algunas reflexiones sobre lo que la jornada de ayer nos dejó entrever de cara a las próximas elecciones.
Por lo que pudo verse en la calle y en las redes sociales, muchos guatemaltecos están dispuestos a perdonar a Alfonso Portillo, como ya lo hicieron en el pasado. ¿Es que acaso alguien dudó que sería diferente ahora? Desde la primera vez que Portillo se postuló a presidente en las elecciones en 1995, se supo que no era un niño de comunión. De hecho, la prensa de la época informó con todo detalle que el zacapaneco había matado a dos mexicanos en un altercado en el estado de Guerrero y que por ese crimen fue prófugo de la justicia.
Lejos de inhabilitarlo como candidato, esa información sirvió para fortalecer la popularidad del "Pollo Ronco". Y así como utilizó las circunstancias en esa ocasión para declarar que estaba dispuesto a defender los intereses de los guatemaltecos de la misma forma en que había defendido su vida, pistola en mano, ahora regresó de la cárcel con un discurso ad hoc para iniciar la campaña electoral.
Quienes esperaban ver a un Portillo derrotado, mudo y con los brazos caídos, se quedaron con las ganas. Tenemos Pollo para rato.
El ex presidente afirmó que regresaba a Guatemala, no sólo para quedarse sino para transformar el país. Dijo que ha cambiado, que aprendió de sus errores, que asimiló la humildad, que purgó el ego. Pero en el fondo, es el mismo: dueño del escenario, capaz de endulzar todos los oídos, ágil para lanzar bromas y un maestro para generar empatía y hacerse sentir cercano al pueblo.
Empezó sus declaraciones en tono bromista, sugiriendo que estaba oxidado, pero en cinco minutos demostró que el animal político sigue ahí, palpitando, que los temas le aceleran el pulso y las preguntas lo dejan jadeante, con ganas de más tarima.
Afirmó que va a participar en este proceso pero que "su objetivo principal" no es un cargo de elección. ¿Diputado, alcalde? Naa. Él, que ya ejerció el poder, está más allá de esos pleitos mezquinos. No lo tienta siquiera volver a escuchar la Granadera (¡No vos!) "No puedo ser presidente, aunque quisiera", sentenció en una frase que sonó al "no, no, no" de un coqueteo a media luz.
Ahora bien, lo que Portillo enunció de forma precisa y manifiesta, es que a él le interesa la reforma estructural del Estado, no las pequeñeces. Portillo va por todo: la reforma de la Constitución, del sistema en sí, de unas "instituciones que ya no funcionan".
Herramientas para convencer, demostró que tiene. ¿Qué más podía pedir el guatemalteco medio que vió la transmisión? Portillo citó a la Biblia y al Cholo Simeone, el técnico del Atlético de Madrid. No se tiró encima a los del Real ni a los del Barcelona, escogió al Cholo, al que viene luchando desde abajo, el que no termina de pertenecer pero se labró un lugar entre los protagonistas.
Habló de los molletes que le había hecho su mamá y con guiño a los machos, dijo que en la cárcel había resultado campeón en las competencias de despechadas. (Yo sólo me pregunté: "¿lo veremos en la televisión haciendo pírricos, como la generación de los años 60 vió a Ydígoras Fuentes saltando cuerda"?)
El ex presidente no puede negar lo malo que hizo y ni por asomo lo va a intentar. Con el tema de la corrupción de su gobierno y los cheques, apechuga la culpa, se da golpes en el pecho y tan sólo pregunta si todavía pensamos que su gobierno fue el más corrupto de la historia. No se erige en salvador --para eso espera que lo proclamen-- pero tampoco levanta la bandera de la revancha.
Dijo estar dispuesto a hablar con todos, incluso con su máximo némesis, el presidente que aceptó su extradición, Álvaro Colom, y aceptó que confrontarse con el sector privado fue un error. Eso sí, pide que los empresarios también sean autocríticos. Es decir, ofrece una rama de olivo a los enemigos, la tiende con insistencia, pero no de rodillas.
Al principio de la conferencia de prensa, el ex presidente se hizo de rogar y pidió brevedad, pero se extendió más de una hora. Como si fuera un oráculo, platicó de todo: desde la ley de la minería hasta la relevancia del Parlacen. Sólo le faltó que diera su opinión sobre el matrimonio gay y sus vaticinios sobre la liga local de fútbol.
Un error tuvo a mi juicio: poner a su hija en el ojo del huracán. Él sabrá cómo lo maneja a futuro.
En todo caso, Portillo se posicionó de un brinco ayer en la jugada política: el caudal de su simpatías, afirmó, está ahí y puede utilizarse si es para lo que él quiere. Si no, tiene paciencia. Puede esperar cuatro años.
Se alzaron voces, indignadas con el retorno, pero no fue un coro ensordecedor. La tragedia de la política en Guatemala es la falta de referentes, de figuras: cualquier tuerto es rey en este desierto lleno de ciegos.
Y en medio del ruido, hubo quienes se frotaron las manos, pensando que tendrán la capacidad de seducir a Portillo, o el músculo para obligarlo a llevar agua a su molino. Y otros... otros simplemente habrán pasado mala noche. Ni las canciones de Chente ni las telenovelas de política guatemalteca son para todos.





