Los prejuicios son quizá el mayor generador de barreras en la convivencia humana. Sin importar el contexto, ningún guatemalteco es ajeno a la realidad del país. Pero dependiendo del contexto al que pertenezcamos, vamos refugiándonos en espacios seguros, burbujas, que impiden a la larga que nos atrevamos actuar para resolver muchos de los problemas diarios de Guatemala. La mayoría de estos espacios seguros, debido a su naturaleza de círculos reducidos, están llenos de prejuicios.
La primera vez que participé en un campamento de TECHO no fue la primera vez que me atreví a ponerle cara y nombre a la extrema pobreza, pero sí fue la primera vez que lo hice en un ambiente horizontal, lleno de acción y organizado por jóvenes. Al subir al bus camino a esa primera construcción, lo hice orgulloso, seguro de ser una persona con pocos prejuicios. Sin embargo, al final de ese fin de semana me daría cuenta que aún me hacía falta un largo camino por recorrer.
Había partido con la noción occidental de llevar desarrollo a una familia y descubrí la necesidad imperiosa de apostarle a la dignidad humana y al trabajo en la misma comunidad. Había comprado la imagen triste y decaída de un poblador viviendo en la miseria y encontré a una familia soñadora, trabajadora y entusiasta que estaba dispuesta a luchar y echar mano de las oportunidades que tuvieran al alcance para salir adelante.
Esa primera vez, como le pasa a muchos, no logré percibir el trabajo previo que involucraba la construcción, un trabajo de meses que había generado la confianza requerida entre la comunidad y los voluntarios que formaban parte del staff. La confianza se había generado a partir de una comunicación frecuente y de mucho respeto, lo cual permitía a la postre ese trabajo horizontal entre familia y voluntarios. Me hubiera podido imaginar muchas cosas, la construcción misma no es una sorpresa o una jornada del otro mundo, pero quedé sorprendido por el impacto que generó ese encuentro horizontal de trabajo hombro a hombro entre un grupo de universitarios y una familia viviendo en condiciones de pobreza.

Me hizo sentido un planteamiento de trabajo progresivo, de “empoderamiento”. La causa no era el déficit habitacional, era la pobreza. La vivienda era un primer paso, una acción concreta, una oportunidad y sobre todo un espacio de trabajo conjunto. El compromiso generado en los que habíamos participado era la gran apuesta; tendríamos que trabajar mucho más como voluntarios y como sociedad para generar organización, capacidades productivas y muchas más oportunidades antes de decir que el trabajo estaba concluido. No había mucho que celebrar, el reto seguía por el delante: ¡La superación de la pobreza!

Recuerdo que al final del domingo mientras caminábamos de regreso no dejaba de sorprenderme que un grupo de jóvenes universitarios hubiesen organizado por sí solos una actividad semejante. Me dí cuenta entonces que siendo joven yo, había cargado también con un prejuicio contra la juventud. Podíamos hacer eso, y podríamos hacer mucho más. La jornada terminó con mucha energía, con un llamado constante a la conciencia y la acción, que no venía de los organizadores. Habíamos cambiado el futuro de veinte familias en un fin de semana, ¿por qué no íbamos a terminar con la pobreza en lo que nos quedaba de vida? Por Goyo Saavedra, Gerente General de TECHO Guatemala, Twitter: @Goyo_Saavedra, Facebook: TECHO Guatemala





