Parece que conforme pasan las generaciones por diversas eras, épocas o temporadas, el estereotipo social de la mujer cada vez se convierte en algo más exigente, rudo y en algunos casos decadente para la representación de nuestro sexo femenino.
Retrocedamos por el tiempo, recordemos a Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Sophia Loren, Twiggy, Kate Moss… y un extenso recorrido de modelos que aún ellas mismas admiten haber perdido su esencia personal tras haber sido víctimas del estereotipo social.
Hace unas semanas me encontré con una documental de Vice en donde hacen toda una cobertura de una chica llamada Valeria Lukyanova, una joven ucraniana de 28 años, más conocida como “La Barbie de carne y hueso”. Inmediatamente me sentí atraída por ver la documental completa, admirada por la excentricidad de su apariencia, esa combinación entre surrealismo, muñeca plástica, pero al mismo tiempo una mujer. No pude evitar sentir cierto asombro, curiosidad e incluso lástima mientras escuchaba su discurso.
Valeria no es más que una chica que, a mi criterio, responde desesperadamente a ese estereotipo social impuesto a través de los productos, entretenimiento, moda y mercadeo, aquellos que han transformado la apariencia de unos, como la identidad de otros; esa materialización convertida en ser humano o ese ser humano materializado. ¿Barbie mujer, o mujer Barbie? ¿Cómo era? Ya me confundí.
Si para nosotros las mamás ya es suficiente y un tanto desgastante encajar en el papel o estereotipo de la mamá perfecta, no quiero imaginar lo agotador que debe ser encajar en el estereotipo de la estética femenina; llámese estereotipo de mamá perfecta a ese de los anuncios de productos de limpieza, detergentes, maquillaje y de higiene, donde el “canon” de familia feliz es el código inspiracional por excelencia. No me refiero a que una familia no siempre sea feliz, sino a esa escena de la mamá siempre sonriente cuando la familia completa baila mientras ella limpia el piso con ese famoso desinfectante, ni digamos el de la joven mamá que se toma la ducha con aquella paz y parsimonia que solo en los comerciales puede existir. La vida no es así de sonriente en nuestras rutinas, en varias ocasiones renegamos, nos cansamos, e incluso nos desalineamos.
Entonces, ¿por qué intentamos encajar o pertenecer a un estereotipo?. Nos venden mundos ideales y de utopías para sentirnos atraídos e inspirados en poderlos lograr o llevar a cabo; nos venden muñecas “perfectas”, a ojos de alguna mujer que desesperadamente quiere ser como ella.
Soy mamá de dos mujeres y quiero que conozcan el verdadero sentido de vivir, de disfrutar las cosas simples, incluso de aquellas que nos salgan mal, no de las que nos venden. Que nunca pierdan la capacidad de asombro, que sepan que pasarse de libras no es una condena, que si no llevan las uñas de salón o el cabello perfectamente cepillado, no es grave. Está bien ser uno mismo y no esforzarse en querer ser una muñeca, así como aprender a apreciar el valor de ser diferente, sin seguir como rebaño lo que nos impone la tendencia social.
Dicen que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, pero no en mi caso; confieso que muchas veces he caído en el juego, en la trampa, en la tendencia y en la vanidad, y heme aquí, buscando un balance constante en que mi yo interior no caiga en lo que se nos ha impuesto en aquel estereotipo para ser aceptadas -como diría Ricardo Arjona, “para bien o para mal”- o etiquetadas en un grupo o sector social como el de las gordas, las flacas, las fit, las huevonas, las fachudas, las nítidas, las pelex… que incluso hasta nosotras mismas hemos decidido nominar.
Valeria además de querer parecer una Barbie de carne y hueso, dice ser una “gurú espiritual para salvar al mundo de la energía negativa y las garras de la superficialidad”, seguramente de las que no ha podido escapar, por intentar siempre encajar.





