Una derrota más, la institucionalidad republicana de Guatemala acaba de sufrir una derrota más. La derrota de la Justicia frente a los intereses obscuros en la elección de Cortes de 2014 es un golpe trascendental.
Para ponerlo en una analogía tan dolorosa como sencilla de comprender: imaginemos que Guatemala tiene cáncer desde hace ya algunos meses, pues bueno la sentencia de ayer de la Corte de Constitucionalidad sería como que nos anunciaran después de una ronda de quimioterapias que el tratamiento no ha tenido resultado. ¿Qué nos queda?, preguntaría el paciente y su familia. Pues un pronóstico poco alentador: esperar, aumentar las rondas y esperar.
Hay quienes (con razón suficiente) ya ponen el grito en cielo, o en las redes sociales; y aunque debo decir que guardaba una leve esperanza, como esas esperanzas que he guardado para que la Selección Mayor asista a un Mundial en los pasados 20 años, en general no me sorprende la sentencia de la Corte de Constitucionalidad (CC). Tampoco me sorprende que no exista a la fecha una respuesta tan grande de la sociedad, porque sencillamente es un tema que se plantea ajeno para la gran mayoría y esa es la verdadera derrota de este sistema republicano y democrático.

Aquí les comparto tres razones por las que no podíamos esperar una sentencia distinta de la CC:
a) Por los magistrados que lideran la CC. No podíamos esperar nada distinto de Alejandro Maldonado Aguirre y sus dos aprendices. El respetable Maldonado Aguirre ha estado demasiado tiempo del lado correcto del poder y muy poco tiempo del lado de la institucionalidad democrática como para que en momentos tan trascendentales se haya podido esperar algo distinto. Aunque en cierta parte del gremio se le rinda tributo y se le celebren esas publicaciones como “Tribulaciones de un Juez Constitucional”, en lo personal me genera mucha tribulación que un político tradicional y con ideología manifiesta pueda ser baluarte de la defensa constitucional imparcial.
Aunque no vivía para entonces, recuerdo las grabaciones de esos famosos debates que Manuel Colom y Maldonado Aguirre sostuvieron hace como 35 años en el programa “Estudio Abierto” y pienso en momentos como este: cuán poco pudo ver Guatemala del primero y cuán excesivo el tiempo que hemos tenido al segundo en roles trascendentales.
De los aprendices, pues poco se necesita decir, a los verdaderos intereses constitucionales de este país Molina Barreto resulta otro político fungiendo en un rol que debería ser todo menos eso, y que por ende le queda muy alto como para aspirar a emular sentencias como las de aquellas primeras Cortes de Constitucionalidad. Sobre Pérez Aguilera ya en los corredores se ha venido planteando la gran decepción que resultó para aquellos que acuerparon su postulación, apostando por algo, en teoría, distinto.
b) ¿Qué tan salva es la Corte de Constitucionalidad en el tráfico de influencias?: Hay que ser ingenuo para creer que con las credenciales que muestran esos tres magistrados, no existe un interés de reelección propia detrás de sentencias como ésta. ¿Cuáles son las fuerzas que pusieron a Maldonado Aguirre, Molina Barreto y Pérez Aguilera en la Corte de Constitucionalidad? ¿Acaso no se acerca ya la propia elección de esa Corte? ¿Por qué respetar, por evidentes que fueran, los argumentos de la sociedad civil y la comunidad internacional en este caso, si esas fuerzas nada lograron en el de la Fiscal General o en la anulación del grandioso juicio del siglo?
Pensar que resolver un caso en donde el tráfico de influencias era hasta escandaloso y documentado requiere que quien resuelve no esté sujeto, al menos en la actualidad, a un tráfico de influencias. Si alguien tenía dudas, pues que ya no las tenga.
c) La indignación masiva es poco probable. La población no entiende este caso, entonces ¿por qué preocuparse de una reacción si después de todo se trata de la todopoderosa Corte de Constitucionalidad? Sus representantes electos no entienden su trascendencia. Para la población urbana de este país sigue siendo lejano y difuso el tema de república y democracia; para su población rural, es aún más lejano. Es un tema ajeno y complejizado, no ha existido una forma simple de compartirlo y formarlo como para que la ciudadanía se empodere del mismo. La culpa no es de la población, es de la parsimonia desmedida de las clases dirigentes y sus distintas facciones ideológicas extremas: para los de un lado resulta una democracia burocrática y semi socialista y para los del otro, un intento burgués que sigue excluyendo a la mayoría. El punto es que ambas anulan la educación ciudadana efectiva, la población desconoce sus derechos y los ciudadanos son simples electores periódicos.
¿Para qué agregar más? Ya fueron 28 años de relativa libertad democrática, ha durado más de lo que se esperaba. Estamos en la misma disyuntiva de cuando todo comenzó: “¿Quién vigila al que vigila?”. Espero que el futuro nos agarre confesados, menos a los magistrados de la CC que ya están confesos.
Goyo Saavedra, Gerente General
TECHO Guatemala




