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Los silencios de Lima cuentan más que sus diatribas

  • Por Soy502
15 de septiembre de 2014, 10:05
Para las mafias, lo más temible de Byron Lima no es lo que dice, sino lo que calle. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502)

Para las mafias, lo más temible de Byron Lima no es lo que dice, sino lo que calle. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502)

El recluso y capitán Byron Lima habló durante cinco horas seguidas el viernes, en su audiencia de primera declaración.

En su intervención, Lima despotricó a voluntad y se llevó por delante a políticos y funcionarios, a quienes acusó de todo tipo de delitos: desde tráfico de influencias hasta dirigir bandas de tumbadores de droga.

El militar llegó a la audiencia los primeros días cargando una maleta negra de viaje donde aseguraba llevar todas las pruebas que respaldarían sus acusaciones. A la hora de la verdad, el día que le tocaba declarar, Lima ya no se presentó con la valija sino con dos cajas de plástico rebosantes de documentos.

Al final, fue poco lo que el acusado sacó de ese rimero de papeles: algunas fotos que ya había mostrado a la prensa e impresiones de pantallazos de teléfonos celulares donde según Lima, documentó su comunicación con influyentes personajes.

Si estos documentos son auténticos o no, no lo podemos saber. Lo que sí es seguro es que tanto la valija como las cajas plásticas deben haber tenido nerviosa a mucha gente que se pregunta si Lima cuenta con evidencia física para respaldar lo dicho.

En estas cajas verdes, Lima asegura llevar evidencia que implica a muchas personas. Poco ha mostrado de esos documentos. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502).
En estas cajas verdes, Lima asegura llevar evidencia que implica a muchas personas. Poco ha mostrado de esos documentos. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502).

Pese a lo mucho que habló el famoso capitán condenado por el caso Gerardi, ahora sindicado de dirigir una banda criminal desde Pavoncito, me parece que lo más importante no es lo que ya dijo, sino lo que aún calla.

En Guatemala, las cosas no operan de manera transparente, de cara al público, sobre la mesa, sino de forma subterránea y oblicua. Así hay que interpretar las cinco horas de perorata de Lima: no tanto por lo que ya dijo, sino por lo que se guardó y que probablemente sea su única arma de negociación para salir bien librado de la nueva acusación que se cierne sobre él.

Para el presidente Otto Pérez Molina y su familia, por ejemplo, tuvo palabras amables: narró de cuán atrás viene su amistad y sugerentemente, mencionó de paso, como quien no quiere la cosa, que el general se salvó de verse implicado en el caso Gerardi por encontrarse fuera del país cuando ocurrieron los hechos. ¿Habrá ahí algún mensaje cifrado?

Muchas de las acusaciones de Lima no llevaban nombre y apellido: el ex oficial utilizó  sujetos tácitos –“me pidieron”, “me regalaron”-- y difusos --“diputados”, “funcionarios”.

Byron Lima y Edgar Camargo, en el proceso que se sigue contra ellos. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502).
Byron Lima y Edgar Camargo, en el proceso que se sigue contra ellos. (Foto: Jesús Alfonso/Soy502).

La guerra que sí declaró Lima, alto y fuerte, apuntando con el dedo, fue contra el ministro Mauricio López Bonilla, su familia y colaboradores. A López Bonilla sí lo señaló directamente de toda clase de tropelías, tanto que uno se pregunta cuál es el origen de tanta inquina y sobre todo, cuál es el propósito.

Luego de pasar 15 años en la cárcel que lo han convertido en un hombre poderoso, lo lógico parecería ser que Lima busque algún mecanismo para mantener el status quo dentro de la prisión, conservando el control de los negocios que desde ahí maneja, y evitar que le extingan el dominio de los bienes acumulados.

En el fondo, ese es el quid de este proceso –el control de las cárceles--, no el destino particular de Byron Lima.  

El tema no debería ser quitarle el control de esos negocios a Lima para que alguien más lo sustituya, sino erradicar los negocios que usan presidios como oficinas centrales: desde “el call center” de las extorsiones hasta la corrupción en las cárceles. 

Toda decisión política y administrativa que se tome a partir de ahora debería tomar en cuenta quiénes acuerpan o mandan a Lima, quienes compiten con él y quienes, si acaso, se le oponen con justo afán.

El objetivo de este proceso debería ser retomar el control de presidios y reformar el sistema, no cambiar de jefes. 

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