Principales Indicadores Económicos

  • Por Soy502
16 de octubre de 2013, 17:01
Este motorista reacciona con miedo ante el delincuente que lo amenaza con pistola. Esta imagen, captada por Deccio Serrano de Nuestro Diario en el Centro Histórico, muestra un momento en la huida de Armando Moisés Monzón Pereira, quien fue linchado por una turba luego de que despojara de su teléfono y le disparara a un estudiante del Colegio San Sebastián, el joven Leonel Alejandro Guillén Sosa. Ambos, estudiante y criminal, fallecieron como resultado de ese atraco.

Este motorista reacciona con miedo ante el delincuente que lo amenaza con pistola. Esta imagen, captada por Deccio Serrano de Nuestro Diario en el Centro Histórico, muestra un momento en la huida de Armando Moisés Monzón Pereira, quien fue linchado por una turba luego de que despojara de su teléfono y le disparara a un estudiante del Colegio San Sebastián, el joven Leonel Alejandro Guillén Sosa. Ambos, estudiante y criminal, fallecieron como resultado de ese atraco.

Me asaltaron hace unos días. El asalto en sí mismo, la pérdida del tercer smartphone que le entrego a la mafia, es lo de menos.

Lo peor de la experiencia fue palpar la escalada en la agresión que generan estos incidentes. Por desgracia, este es el tercer atraco del que soy víctima y en cada uno he sentido un crescendo de violencia y miedo que se intensifica en doble vía: de nosotros hacia los criminales y de ellos hacia nosotros, incrementando el riesgo de muertes estériles. 

La primera vez que me quitaron un teléfono, sospecho que el delincuente iba desarmado. Se estacionó a mi lado, en un semáforo de la 19 calle de la zona 10 y me ordenó que le entregara el móvil. Se lo dí como autómata, porque me he mentalizado para no resistir a un asalto. 

El segundo atraco ocurrió frente a la Guardia de Honor. Un hombre me abordó por la ventanilla izquierda, mientras el otro supervisaba desde la derecha. Iban a pie y me mostraron unos bultos bajo las chumpas, a modo de amenaza. La posibilidad de que sacaran una pistola no me asustó tanto como el odio que percibí en su mirada.

El semáforo del Callejón del Centavo es punto de atracos
La avenida Darío Molina de Santa Catarina Pinula, también conocida como "Callejón del Centavo", se ha convertido últimamente en un foco de asaltos.

El tercero tuvo lugar una noche de estas, en el llamado “Callejón del Centavo” que conecta Los Próceres con la 20 calle de la zona 10, un semáforo que al parecer, se ha convertido en foco de asaltos.

Ese día salí tarde de la oficina. Al doblar sobre la Hincapié, encontré a dos compañeros varados, con luces de emergencia. Me detuve, a pesar de que me dio terror parar ahí, en la oscuridad. Por fortuna, resolvimos en menos de diez minutos la dificultad que enfrentaba el colega y nos fuimos a toda prisa, agradeciendo que nadie nos hubiera asaltado.

Ya en las Américas, pasé frente del edificio Columbus, donde esa tarde había ocurrido una balacera.  El tráfico avanzaba a paso de tortuga. La presencia de Policía y Ministerio Público revelaba que los peritos aún estaban trabajando en la escena del crimen. Los imaginé doblados sobre vidrios rotos y manchas de sangre y tuve un escalofrío.

Recordé entonces que mi amiga y colega Claudia Méndez había sufrido un accidente en la mañana y la llamé para ver cómo seguía. Mientras enfilaba hacia la zona 10, Claudia me contó que lo peor del choque no había sido el golpe, sino estrellarse contra unos tipos con planta de malos. En ese relato estábamos cuando escuché dos golpes secos en mi ventanilla. El miedo de mi amiga al enfrentarse a dos tipos armados, el miedo que yo sentí frente al Columbus al imaginar la escena del crimen y el miedo que se poderó de mí en la penumbra de la Hincapié mientras acompañaba a mis compañeros a salir de un atasco, se hizo realidad. Los temores dejaron de ser sombras para transformarse en dos motoristas vestidos de negro que me apuntaban con un arma.

Un ladrón de celulares recibe una paliza de la muchedumbre
Los criminales también tienen miedo: temen que las víctimas o los transeúntes respondan con violencia. Este ladrón de teléfonos recibió una paliza que le provocó la muerte luego de balear a un estudiante del colegio de San Sebastián a quien intentó asaltar.

Temblorosa, desconecté el teléfono del cargador y bajé la ventanilla. Con el cañón pegado al vidrio, intenté abrir apenas una rendija: quería mantener la cortina de cristal entre los delincuentes y yo. El tipo alargó la mano para tomar el iPhone, pero me asustó el contacto y lo dejé caer. El hombre se puso furibundo. “¿Por qué tirás el teléfono?”, espetó blandiendo la pistola. Aterrada, solo atiné a responder con la verdad: “Porque tengo miedo”.  Durante un segundo, nos miramos fijamente.  No me queda duda, el tipo hubiera querido dispararme. ¿Por qué no lo hizo? No lo sé. Arrancó la moto y cruzó hacia la 20 calle con el semáforo aún en rojo.

Mientras se alejaba suspiré con alivio. Sentí que los músculos se me fundían como mantequilla. El conductor de la par me ofreció ayuda: llamar a mi casa, avisar.  Le agradecí pero decliné. Estaba cerca. ¿Para qué?

Al llegar, unos minutos más tarde, supe que Claudia, al escuchar el asalto, había movilizado a mi familia, amigos y compañeros. Comenzaron las llamadas, los mensajes por Facebook. Menos mal, no había pasado nada irreparable, que es lo que tememos cuando un tipo violento y asustado nos apunta con una pistola. De hecho, ni siquiera se concretó el asalto, porque el teléfono quedó tirado en la calle. Los maleantes no se atrevieron a agacharse para recogerlo, porque hacerlo los hubiera dejado en una posición vulnerable y ellos tampoco saben quién puede pegarles un tiro.

No seré yo, de eso pueden estar seguros. Los teléfonos se reponen. La vida no. Tampoco la tranquilidad y la paz, que es lo más valioso que los criminales nos arrebatan. Urge que las autoridades detengan de una buena vez a los delincuentes, para evitar el daño económico que hacen, pero sobre todo, para cerrar las llaves de ese miedo que nos inunda y nos domina.

Si queremos convertirnos en una sociedad sana, productiva y próspera, capaz de innovar, crear y soñar, necesitamos erradicar el miedo, ese miedo que paraliza, que desconfía, que agrede y nos vuelve más animales, más salvajes y menos humanos.

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