A Casimiro le empezó a ir muy bien en los negocios. Andaba de buena racha, sus ventas subieron, logró comprarse un picop y de un día para otro se volvió la envidia de los vecinos de un empobrecido barrio de Zacapa.
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Los primeros en ver con celos la nueva fortuna de Casimiro fueron sus parientes pobres: un tío y primo que atribuían esa suerte a un terreno heredado de su madre. El tío nunca estuvo satisfecho con el reparto de la herencia. El terreno había sido, en principio, del papá de ambos, pero se lo dejaron a la hermana mayor, la madre de Casimiro. Para él lo lógico era que al morir la hermana las tierras se le legaran a él.
No fue así, el testamento dejó muy claro que la propiedad sería para Casimiro.
"Antes no habían dicho nada", cuenta Casimiro, quien está en prisión. Lleva la camisa a cuadros desabotonada y uno de sus ojos siempre mira en dirección contraria al otro. "Fue hasta que me vieron con dinero que me empezaron a seguir, a pedirme que me fuera del pueblo, que les dejara el negocio a ellos".

Duelo en Zacapa
Casimiro no hizo nada de eso. Por el contrario, aprovechaba cualquier ocasión para pasearse con la cadena de oro al cuello y las botas nuevas por enfrente de sus familiares. Hasta que una tarde calurosa lo emboscaron. Lo estaban esperando agazapados tras una esquina, cada uno con su machete en la mano.
Sorprendieron a Casimiro, pero él también los sorprendió a ellos: llevaba machete y un odio profundo dentro. De ese día le quedaron tres marcas indelebles en el cuerpo: una grieta carnosa que sobresale de un antebrazo, un surco que le corta la cabellera por encima de la oreja y una desviación total del ojo izquierdo.
Alzó su arma y los tres se batieron en un duelo como de caballeros medievales, pero a lo tropical, con machetes y un sol calcinante encima. Su tío y su primo murieron y Casimiro se sentó al lado de los cuerpos, como un samurái victorioso.

Condenado por doble homicidio
La Policía tardó en llegar, pero llegó. Y ese fue el principio de los próximos 50 años de la vida de Casimiro. Medio siglo en reclusión, del que apenas lleva un tercio.
¿Qué se siente matar? Casimiro no tiene una respuesta. Los bomberos lo llevaron a un hospital y hasta al día siguiente empezó a recobrar algunas imágenes del asesinato, imágenes que le parecían tan ficticias como las de la película doblada al español que pasaban en el canal local.
"¿Para qué arrepentirme?", dice, "si lo hecho, hecho está. Estoy aquí por doble homicidio y no lo niego, y supongo que si las cosas volvieran a pasar volverían a ser iguales porque uno, no importa lo que pase, siempre va a luchar por su vida".
Peleó por su vida y ganó, dice, aunque no está tan seguro... ganó su vida, pero la perdió y pierde a diario entre los barrotes.




