En la desembocadura del río Dulce, Lívingston, Izabal, resguarda una fortaleza cargada de historia: el Castillo de San Felipe de Lara
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Aunque la estructura que vemos hoy data de 1651, sus orígenes se remontan al siglo XVI, cuando el rey Felipe II fue alertado sobre los constantes ataques piratas en una ruta clave para el comercio entre Guatemala y España.
Como respuesta, en 1573 se construyó una torre de observación por órdenes reales, la cual fue destruida años más tarde durante un ataque. El capitán Pedro de Bustamante dirigió su reconstrucción en 1604, por lo que inicialmente fue conocida como Fuerte de Bustamante.

Ante el incremento de los asaltos, la estructura fue reforzada y rediseñada por Antonio de Lara y Mogroviejo en 1651. En honor al rey y al arquitecto, recibió el nombre de Castillo de San Felipe de Lara, mientras que la torre de vigilancia conservó el nombre de Torre de Bustamante.

Durante siglos, la edificación enfrentó asedios y saqueos, y aunque hoy sus piedras conservan cicatrices, su encanto perdura.
Los visitantes pueden recorrer sus pasillos, admirar su diseño y dejarse llevar por las leyendas de tesoros escondidos.

Su arquitectura combina robustos muros de piedra con cañones que aún vigilan el agua, evocando un tiempo de batallas y resistencia.
Más que una fortaleza militar, el castillo es símbolo de la historia colonial guatemalteca y testigo silencioso de las luchas por el control del territorio y el comercio; un espacio donde la naturaleza y la historia se entrelazan.




