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El drama de don Adelo

  • Por Soy502
29 de diciembre de 2014, 07:57
Los Bomberos Municipales hicieron un llamado a las autoridades para dar ayuda psicológica a Adelo López Cruz, quien se ha subido en reiteradas ocasiones a la Torre del Reformador. (Foto: Bomberos Municipales) 

Los Bomberos Municipales hicieron un llamado a las autoridades para dar ayuda psicológica a Adelo López Cruz, quien se ha subido en reiteradas ocasiones a la Torre del Reformador. (Foto: Bomberos Municipales) 

Fue el personaje de este fin de año, quizá de todo el 2014.

Adelo López atrajo la atención de los capitalinos al subirse ocho veces a la Torre del Reformador, supuestamente con la intención de lanzarse de la emblemática estructura de metal.

Hay que subrayar que con un impresionante instinto para la semiótica, don Adelo eligió esa armazón --no un edificio, no un puente-- sino nuestra réplica en miniatura de la Torre Eiffel, que representa, desde hace más de un siglo, nuestras aspiraciones provincianas, chatas y nunca consumadas de abrazar los valores del liberalismo y la globalidad.

La historia se repitió ocho veces. Don Adelo se tomó algunas copas de más y se decidió a escalar la Torre. Los bomberos acudieron al llamado de los vecinos y consiguieron bajar al obstinado caballero de la armazón de hierro.

Las siete primeras veces, los socorristas se limitaron a ponerlo a salvo en el suelo y dejarlo ahí a su suerte. ¿Qué más podían hacer? Nuestro país carece de la infraestructura institucional para ayudar a alguien como don Adelo, que obviamente padece algún trastorno psiquiátrico.

Por esas coincidencias que a veces parecen invocadas por los dioses de la justicia poética, las escaladas de don Adelo ocurrieron justo después  de que la BBC denunciara en un desgarrador reportaje que el Hospital de Salud Mental Carlos Federico Mora se ha convertido en una especie de centro de tortura, donde los pacientes sufren graves abusos.

No es de extrañar entonces que fue hasta la octava vez que don Adelo se subió a la Torre que los bomberos lo llevaron ante un juez que, sin más remedio, ordenó que se le internara precisamente en esa institución.

Las autoridades y el público sabemos que ahí don Adelo NO estará bien, pero al menos se le impedirá seguir subiendo a la Torre del Reformador.

La verdad, no sé qué es peor: si dejarlo correr el peligro de escalar la estructura o enviarlo a un “manicomio” donde deambulará por los pasillos entre espectros vivientes, medio desnudos y narcotizados, y donde es probable que el propio personal lo someta a espantosos vejámenes.

Lo que sí es seguro es que personas como don Adelo merecerían más y mejores opciones para recuperar sus sentidos. Aunque sabemos muy poco de este señor –y yo desde luego no tengo ninguna calificación para aventurar diagnósticos psiquiátricos--  me atrevería a especular que su caso no parece ser el de un suicida desesperado.

En la única entrevista que existe de don Adelo, realizada por Emisoras Unidas en los días de Navidad, no queda claro que se suba a la Torre para lanzarse de ella.

Por el contrario, más parece que lo hace movido por un delirio de persecución. Si fuera así, lejos de querer atentar contra sí mismo, puede ser que don Adelo trepe por los hierros buscando refugio del salvajismo de las calles y no porque quiera acabar con su vida.

Ojalá este caso contribuyera a rescatar del olvido al Hospital Carlos Federico Mora, al hacer evidente que en Guatemala hay miles de personas que requieren de atención especializada en salud mental.

Esta atención no es un lujo sino una necesidad, pues pacientes como don Adelo se convierten en un riesgo para sí mismos y para los demás, cuando en lugar de atenderlos, se ignoran sus males.

El caso de don Adelo no es una rareza en nuestro país: basta leer las crónicas rojas de los diarios para constatar que las enfermedades mentales son causantes de innumerables tragedias en nuestra sociedad.

La violencia y la miseria nos han golpeado duro, por mucho tiempo. Si tan sólo lo reconociéramos, tal vez podríamos empezar a sanar.

O podemos seguir subiéndonos colectivamente a esa torre desde donde nos lanzamos, todos los días, hacia el mismo suicidio político que nos tiene como estamos.  

Nosotros elegimos.

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