“La tortura es un mal absoluto, no relativo; no existen torturas malas o beneficiosas”. Así dijo Ernesto Sábato, el genial argentino distinguido con el Premio Miguel de Cervantes de Literatura, en una entrevista publicada en diciembre de 1984, el día después del anuncio oficial de que el galardón era suyo.
Sábato sabía de lo que hablaba. La democracia en Argentina apenas se había restituido doce meses antes y las historias de horror de lo ocurrido durante la dictadura militar eran de sobra conocidas. Ese diciembre de 1984, en Guatemala una Asamblea Nacional Constituyente trabajaba en una nueva Carta Magna y se daban los primeros pasos para dejar atrás un conflicto armado interno en el que también las prácticas de tortura fueron en exceso habituales.

Treinta años más tarde el tema vuelve a ocupar titulares. Esta vez por un informe del Senado de Estados Unidos que escudriña las prácticas empleadas por la Central de Inteligencia de ese país, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En sus más de 500 páginas desclasificadas (de un total de 6 mil), el informe no se ahorra descripciones gráficas de diferentes “técnicas” empleadas para obtener información. A los detenidos se les ahogaba, se les alimentaba por el recto, se les decía que sus familiares iban a ser fusilados, se les aseguraba que jamás saldrían del lugar de detención a menos de que fuera en un ataúd… y algunos de sus interrogadores llegaron a no soportar la presión.
Todo, por poco o nada. El informe detalla en sus primeras tres conclusiones que ninguno de esos horrendos actos de barbarie sirvió para recolectar inteligencia o para obtener colaboración de los detenidos; que la justificación de la CIA para emplear estos métodos exageraba su eficiencia y que las técnicas empleadas fueron mucho más brutales de lo que hicieron creer a la clase política estadounidense en su momento.

Quienes en su momento autorizaron estas operaciones han salido a defenderlas. El ex vicepresidente Dick Cheney afirmó el domingo 14 de diciembre que a los agentes había que condecorarles, no criticarles. Y Karl Rove, asesor presidencial del ex mandatario George W. Bush, aseguró que cada una de las acciones empleadas cumplían con estándares internacionales. La mayoría de estadounidenses, según una encuesta divulgada el 16 de diciembre, les da la razón: el 59 por ciento asegura que de esas prácticas se obtuvo información valiosa y que había que hacerlo. En otras palabras, el fin justifica los medios. O quizá el miedo sea lo que "justifique" que se justifique, en pleno 2014, que hayamos encontrado, como dijo Sábato en 1984, "esquinas del horror incomprensibles: la maldad por la maldad misma, sin la necesidad de obtener algún beneficio ulterior”. La tortura es inaceptable e infame aunque obtenga resultados. Pero es peor cuando no sirve para nada.





