"Mire... la verdad es que él me andaba coqueando desde hacía rato". Lauro evade la mirada y se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano. "Me había pegado ya varias veces, me insultaba, desde que éramos güiros me molestaba mucho", continúa. Una pequeña gota de sudor en la punta de su nariz intenta caer. "A veces nos llevábamos bien, pero casi siempre había bronca".
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Lauro tiene 25 años y una sonrisa perfectamente alineada; sus dientes blancos recuerdan un cuchillo recién afilado. Lleva la cabeza calva y una camiseta de algodón que debe ser unas tres o cuatro tallas más grande. El crimen lo cometió cuando recién cumplía los 20 años: mató al hombre que le acosó toda la infancia.
"Tenía tanta ira adentro", reconoce. Ese hombre que mató era su primo. Fueron juntos al colegio, a la secundaria y por azares del destino, terminaron trabajando en el mismo sitio. Allí, Lauro seguía sufriendo los abusos de su familiar. "Sus bromas eran darme una bofetada cuando yo estaba hablando con una patoja que me gustaba; escupirme en la cara, escupir mi comida, gritarme gordo de mierda en la calle; cosas así".

Lauro se dejaba, sin rechistar. Trataba de reírse y de hacerse el que no sentía nada, pero un día la broma se pasó de la raya. El primo le dijo al jefe que Lauro había robado, y cuando le abrieron la mochila encontraron ahí un fajo de billetes. Lauro se quedó sin empleo. En la familia lo tachaban de ladrón, y hasta su propia madre le negó la palabra ese día. Así que Lauro decidió ir a beber y alcoholizarse hasta que se le olvidara todo.
El problema fue que no se le olvidó. Por el contrario, la cólera y la ira llegaron con más saña, así que volvió a su casa, buscó un cuchillo y fue a hacerle una visita sorpresa a su primo. Se lo clavó en el pecho, en el estómago y en el cuello. No murió en ese momento, sino días después en el Intensivo de un hospital.

"Se me juntó el rencor con la borrachera", reflexiona Lauro. "Yo no pensé que iba a llegar a matarlo, lo juro, no voy a decir que no sentía ganas, pero nunca creí que yo fuera capaz de matar a mi primo", agregó.
Lauro no recuerda el momento exacto en que clavó el cuchillo, ni la reacción de su víctima. No vio nada de eso. Fue como si durmiera y despertara con un cuchillo ensangrentado en la mano. Quizá fue el alcohol, quizá fue ese nublarse del juicio del que hablan algunos psicólogos.
"Por su puesto que estoy arrepentido", dice, y la pregunta le parece casi un insulto: "¿Cómo no voy a estarlo? Si arruiné mi vida. Mis tíos no me pueden ver, mi mamá ha venido muy poco a visitarme y cuando está aquí siempre llora, me abraza con miedo, como si yo ya no fuera su hijo. A veces creo que ya no soy su hijo; a veces creo que no soy yo".




