Descubre la escalofriante tradición de las ánimas del purgatorio que recorren el Altiplano guatemalteco la noche del 1 de noviembre.
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A la medianoche del 1 de noviembre. El frío cala los huesos y el silencio de las calles solo se rompe con el tañido de las campanas. En muchos pueblos del altiplano guatemalteco, esa es la hora en que, según la tradición, las ánimas del purgatorio salen a recorrer las calles, rezando y llorando en busca de consuelo o para dejar un mensaje a sus seres queridos.
"¡Oigan, están rezando! ¿Qué son esos murmullos en la calle? ¡Miren esas sombras blancas!", relatan los vecinos, mientras las luces de las veladoras iluminan el paso de figuras vestidas de blanco.
La creencia popular sostiene que las almas se manifiestan cada Día de Todos los Santos, y que su procesión nocturna es un recordatorio de la oración y el respeto hacia los difuntos.

Entre las historias más contadas está la de don Belisario Urízar y doña Eulalia Garzona, un matrimonio marcado por la fe y el escepticismo. Mientras doña Eulalia acudía al Calvario para rezar el rosario por las ánimas, don Belisario solía burlarse de la costumbre.
Sin embargo, esa noche, al escuchar los rezos en la calle, se asomó al balcón y vio con espanto a cientos de figuras blancas con velas en las manos, entonando plegarias. Cayó desmayado. Al despertar, su esposa le dijo: "Las ánimas existen, y se dejan ver por todo aquel que duda de ellas".

Desde entonces, en la casa de los Urízar, cada primero de noviembre se enciende una veladora, se coloca un vaso de agua y se quema incienso en honor a las almas del purgatorio.
La leyenda perdura
En distintos municipios, la tradición varía, pero el respeto es el mismo. Algunos aseguran que las ánimas recorren las calles anotando los nombres de quienes morirán antes del próximo Día de Todos los Santos. Por ello, las familias levantan altares con agua, flores blancas y velas, pidiendo perdón y protección.

En el municipio de Chinique, Quiché, la fecha adquiere un sentido especial. "Aquí no salimos disfrazados como en otros lados", comenta Donni Cabrera, vecino del lugar. "Las personas van de casa en casa con una calavera y un sol, cantando una canción dedicada a las ánimas. Al final, todos comparten güisquiles, elotes, chilacayote y otros alimentos de la temporada", relató.

Así, mientras en otras regiones la noche del 1 de noviembre se llena de disfraces y fiestas, en los pueblos del altiplano pervive una tradición de fe y respeto hacia los muertos, donde el sonido de los rezos y el brillo de las velas mantienen viva la memoria de las almas que, según la creencia, aún caminan entre los vivos.




