La infancia de Miguel Ángel Asturias en Salamá, Baja Verapaz, fue un período crucial que definió su destino literario.
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Cierto día, hacia 1903, una caravana procedente de la capital ingresó en la casa propiedad de don Gabino Gómez.
La comitiva era encabezada a caballo por el dueño de la vivienda, acompañado de su hija, la maestra María Rosales, y su yerno, el abogado Ernesto Asturias.
El matrimonio venía junto a su primogénito, nacido el 19 de octubre de 1899, a quien bautizaron como Miguel Ángel Asturias Rosales.
Todas las pertenencias de la familia fueron transportadas por una recua de cinco o siete mulas, mientras que el pequeño fue llevado "a tuto" por un indígena.
"Para ir a Salamá en esa época se hacían tres días con dos noches en el camino. La primera noche llegamos a un sitio que se llamaba La Canoa, porque cerca pasaba el río Motagua, uno de los grandes ríos de Guatemala", recordó Miguel Ángel Asturias, muchas décadas después, en sus conversaciones con el poeta español Luis López Álvarez.
El segundo día llegaron a una población llamada El Rincón, famosa por las peregrinaciones que se hacían para visitar a un Cristo resguardado en una iglesia muy antigua, "del tiempo de los españoles".
"Allí pasamos la segunda noche y al día siguiente llegamos a Salamá. En Salamá, como mi madre entró en una de las escuelas a dar lecciones, una profesora llamada Concepción Oliva, Conchita Oliva, se encargó de enseñarme a leer", relató Asturias.
Motivos
La familia Asturias Rosales había pasado por apuros luego de que don Ernesto Asturias cayera bajo la mira del dictador Manuel Estrada Cabrera.
En su labor como juez, se negó a procesar a estudiantes de Medicina acusados de protagonizar bochinches y el mandatario lo encaró en persona, recordándole que "él era la ley".
Don Ernesto ya no pudo tener ningún empleo, mientras que su esposa fue cesada en la escuela pública donde daba clases y se vieron en una situación muy precaria.
Don Gabino, quien era coronel retirado, le escribió a su hija María diciéndole por qué no se iba a Salamá, donde su yerno podría ejercer como abogado y ella dar cursos en las escuelas. "Salimos, recuerdo yo, de Guatemala una madrugada", comentó el escritor.
Contactos
El abuelo solía sacar a su nieto para visitar las propiedades, situadas en la zona conocida como la Horca de la Paz, destinadas a la siembra de maíz y tabaco, junto a la crianza de ganado.
"Como hacía mucho sol, él me dejaba en los ranchos de los indígenas recomendado y se iba a hacer una inspección, sea a pie, sea a caballo", señaló Asturias.
El futuro novelista, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1967, se sentaba a jugar con los niños, aprendiendo a elaborar figuritas de perros, ardillas, conejos y sapos de barro.
"Estuve en contacto con objetos industriales de la vida más elemental, si se quiere, pero vida al fin, vida de objetos que están en función de la utilidad humana", rememoró.
También observó a las madres dedicadas a hilar "en esos telares muy antiguos que están atados a un árbol y la persona está sentada y se la pasa por la espalda y va tejiendo".
Por último, admiró el sentido nato que tenían para la música, al improvisarla con cañas, piedras y pequeños tambores.
Lo que lamentó en sus pláticas con López Álvarez fue no haber aprendido el idioma de la población local. "Pero a partir de ahí, creo que mi destino quedó muy pegado a la raza indígena", puntualizó.
Epílogo
Muchos años después, el ingeniero Miguel Ángel Asturias Amado tuvo la oportunidad de recorrer los lugares donde transcurrió la niñez de su padre.
Su visita tuvo lugar durante la pasada celebración de la Feria Libro al Viento Verapaz, teniendo la ocasión de compartir con estudiantes.
Asimismo, estuvo en la casa que fue de su bisabuelo don Gabino y compartió con los actuales dueños de la propiedad.
