Mi abuela decía que si uno quería que los invitados llegaran a las 5, había que decirles que el cumpleaños era a las 4. Así lo hacíamos siempre y no faltaba quien llegaba hasta las 6. Todo por esa costumbre de siempre llegar tarde.
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En Guatemala bautizamos como "hora chapina" a esa diferencia de tiempo (algunas veces pequeña y otras veces más grande) con la que llegamos a una cita o comenzamos un evento. No es un término académico, es más bien una expresión coloquial que usamos para bromear y también para justificar nuestra impuntualidad.
No importa si es una piñata, una boda o incluso un evento empresarial. Rara vez en Guatemala los horarios se respetan y se comienza a la hora acordada. Hasta en el Estado pasa. Para muestra de ello, la última ceremonia de transición de mando presidencial, que comenzó con casi ¡ocho horas de retraso! Fue tanto que hasta el rey Felipe VI de España, y otros invitados, decidieron irse.
Lo que entendemos por puntualidad depende mucho de cada cultura y en cada contexto varía el tiempo que se considera aceptable para un retraso.

Por ejemplo, los alemanes se precian de tomarse sus citas muy en serio. Por eso es común que se organicen para poder estar 5 minutos antes y no llegar tarde. En Suiza, el país famoso por sus relojes, los trenes son muy exactos en la hora que llegarán a la estación. En cambio, en Italia, según explica Los Ángeles Times, los trenes tienen dos horarios: la hora oficial y otro que todo el tiempo varía.
¿Y qué pasa más allá? ¿Somos el único país impuntual? La realidad es que no. Si uno busca información sobre la impuntualidad, encontrará referencias a "la hora peruana", "la hora dominicana" o casos como los de India, en donde las siglas IST (Indian Standard Time) se traducen de forma chistosa como Tiempo Elástico de India. En todos los casos son pequeños guiños hacia nuestra tolerancia a la impuntualidad.
Bromas
Detrás de esas diferencias y pequeñas bromas también hay una explicación mucho más académica. La cronémica es el estudio del papel del tiempo en la comunicación. Y se suelen distinguir dos formas en que las sociedades suelen ver el tiempo. Están las monocrónicas, que lo comprenden como algo lineal y muy exacto; y las policrónicas, que ven el tiempo como algo flexible y mucho más negociable.
Esa visión que tenemos sobre el tiempo no se relaciona solo con la puntualidad para llegar a un lugar, también con proyectos que se entregan fuera de fecha, o una menor necesidad de estar viendo el reloj a cada momento.




