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La milpa o el encuentro de un campesino, un pandillero y un escritor

  • Por Soy502
07 de agosto de 2017, 12:16
La "milpa" es el trabajo, el alimento y la fuente de la vida: también ese punto donde los guatemaltecos pueden encontrarse. (Foto: Juan Pablo Pérez Bayona/Flickr)

La "milpa" es el trabajo, el alimento y la fuente de la vida: también ese punto donde los guatemaltecos pueden encontrarse. (Foto: Juan Pablo Pérez Bayona/Flickr)

Esta vez tenía que salir de Guatemala de la Asunción para hacer una entrevista en un pequeño poblado al norte de Huehuetenango. Esto quiere decir entre 9 y 12 horas de viaje en camioneta, con varios trasbordos y mucha paciencia.

En alguna parte del camino tomé el bus equivocado y tuve que entrar en un microbús por la ruta antigua: una de terracería, en medio de la montaña. Pasaban ya las cuatro de la tarde y muchos campesinos terminaban la jornada.

Al subir al micro, efectivamente, parecía un bus escolar de trabajadores de la tierra. A  mí me toca ser el cuarto de la última fila y donde caben tres, caben cuatro, bien sabemos esa sagrada regla del transporte público. Me siento, o más bien me inserto en la fila con la mochila cargada de equipo y 10 horas de camino en el lomo. Quienes iban ahí sentados llevaban su propio conteo de las horas/lomo nada más que el peso era el del sol y el de la pobreza.

Al sentarme me percato que a mi izquierda va sentado un joven de unos 18-20 años. Se le nota cansado, se le nota la jornada laboral encima, también se notan en sus brazos varios tatuajes. Uno particularmente evidente por el tamaño y la forma: números con ciertos patrones góticos que dibujan en un brazo el número 1 y en el otro brazo un 8. 

Pienso, con bastante temor, que estoy sentado a la par de un pandillero, se me activa la paranoia y luego veo sus botas de hule enlodadas, su machete en la mochila, sus  manos recias llenas de polvo y un rostro, de nuevo, cansado pero en paz. Era otro campesino más en el microbús. 

Me lleno de preguntas: cómo terminó este joven acá, cómo terminaron esos tatuajes ahí, y el listado de preguntas pasaban irremediablemente por cuáles son las oportunidades que un joven como este tendría en la capital. 

Mientras a mi otro lado un señor inicia la conversación. “Usted de dónde viene”, “vengo de la capital pero soy de Xela”, a lo que inmediatamente el señor pregunta “¿y cómo está la milpa este año en Xela?”. Después de mi ataque de paranoia urbana pensar en cómo habrá crecido la milpa ese año en mi pueblo cambió totalmente la manera de entender dónde vivimos. Le dije que había sido un año duro, había llovido muy poco. Él asintió, “acá tuvimos tres meses de sequía”.

Pensé de nuevo en ese chico con los números en el brazo, en las oportunidades que él tuvo, en los privilegios que yo tengo, en cuán poco entendemos la dinámica de la tierra desde esta ciudad, y en la pregunta lapidaria, ¿cómo estará la milpa acá en la capital?

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