A orillas del océano Pacífico, entre los barrios Miramar y Laberinto, se encuentra un edificio que, aunque en ruinas, sigue contando historias.
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La antigua Aduana del Puerto San José. Este inmueble, declarado Patrimonio Cultural de la Nación en 1993, fue en su momento una de las construcciones más importantes del puerto.
Según el libro Visión histórica, Puerto San José, de Mario Arnoldo Velasco, este complejo fue una de las primeras obras construidas tras la apertura del muelle comercial en 1854. Su estructura original, de hierro colado montado sobre pilotes, sirvió como casa almacén para la mercadería que llegaba del extranjero.
Pero la historia cambió en 1935, cuando un misterioso incendio consumió la aduana y todos los productos almacenados. La tragedia obligó a improvisar "covachas" en la playa, lo que complicó aún más la logística del puerto.
En 1936, el presidente Jorge Ubico ordenó levantar una nueva aduana, esta vez de cemento armado. La obra, que costó Q19 mil 450, fue financiada por la compañía aseguradora responsable. El nuevo edificio tenía oficinas, habitaciones y un sótano para bodegas. Fue inaugurado en 1938, y abandonado décadas después, con la llegada de Puerto Quetzal.

El historiador Óscar Hernández asegura que los registros históricos cuentan que en 1935 por causas que se desconocen hubo un incendio que consumió toda la aduana y la mercadería. "En esa época fue una catástrofe, pues se perdió toda la mercadería ocasionando perdidas, pero la situación se agravó en los meses siguientes, pues no había un espacio para almacenar la mercadería".
Hernández agregó que se construyeron covachas en la playa para guardar la mercadería, pero las condiciones no eran las mejores y todo era complicado. Hoy, entre grafitis y vegetación, el antiguo edificio sobrevive como refugio improvisado y pista de patinadores, siendo testigo silencioso del auge y caída de una era portuaria.