Entre vestigios coloniales y un entorno de esparcimiento moderno, el barrio Iglesia Antigua guarda los restos de un templo que marcó la historia de la región.
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La Iglesia de la Santísima Trinidad, también conocida como iglesia de San Nicolás Obispo. Este sitio, que hoy funciona como centro cultural y cuenta con un parque que sirve de punto de encuentro para la comunidad, esconde entre sus ruinas siglos de historia, fe y tragedia.
La construcción del templo comenzó en 1549, apenas unos años después de la fundación de la ciudad. Para 1637, ya existía evidencia de actividad religiosa organizada, como lo demuestra el registro de la cofradía de la Virgen de la Asunción, lo que indica que la iglesia estaba activa desde entonces.
A lo largo del siglo XVIII, el edificio enfrentó varios desastres naturales. En 1733, un fuerte temblor causó daños estructurales menores, lo que motivó una restauración dirigida por el albañil Juan de Los Santos. No obstante, la inestabilidad sísmica de la región se hizo sentir de nuevo en 1743, cuando otro temblor volvió a afectar la fachada.

La tragedia mayor llegó el 2 de julio de 1765, durante la celebración de una misa. Un violento terremoto, que luego sería conocido como el "Terremoto de la Santísima Trinidad", sacudió la zona con fuerza devastadora. El templo colapsó parcialmente, provocando la muerte de 53 feligreses en su interior. Ese mismo día, los antiguos emplazamientos de Chiquimula y Zacapa también quedaron en ruinas.
Como si no bastara con el sismo, entre el 2 y el 4 de julio un huracán trajo lluvias torrenciales que terminaron por destruir lo que quedaba de la estructura. Ante la magnitud de la catástrofe, el corregidor Antonio José de Ugarte ordenó el traslado de la ciudad a una zona más elevada: el barrio El Calvario, ubicado a unos tres kilómetros.

Pese al paso del tiempo y las tragedias vividas, las ruinas de la Iglesia Antigua han sido conservadas como un símbolo de la historia y resiliencia local. En 2018, la Universidad de San Carlos de Guatemala declaró el área como patrimonio cultural, reconociendo su valor histórico y arquitectónico.
Hoy, caminar entre sus piedras es recorrer una parte esencial de la memoria de Chiquimula, donde la fe, la tragedia y la cultura conviven en un espacio que invita a la reflexión y al reencuentro con el pasado.